Este es el compromiso de la vocación laical. Como Cristo fue y es sacerdote, profeta y rey, así lo son también aquellos que son creados a su imagen y semejanza. El sacramento del bautismo vivifica y potencia esta imagen y anima a quienes lo reciben a vivir según este derecho recibido en el necimiento. Mucho más se puede decir acerca de estas tres dimensiones, pero sobre todo es importante entender cómo son vividas y asumidas por los hombres y mujeres en su vida de cada día.
La acción importante y transformadora del bautismo introduce a cuantos reciben el sacramento en la triple función de unción sacerdotal, profética y real. La Iglesia es muy clara al afirmar que en la medida en que los seglares viven su identidad bautismal participan de estas importantes actividades cristológicas de Jesús. Cada una de estas funciones de la unción resalta la naturaleza mesiánica de Cristo que es compartida con los bautizados, para informar e incrementar en ellos lo explícito del ministerio.
La figura del sacerdote evoca imágenes de sacrificio y de mediación. El sacerdote es aquel que ofrece el sacrificio para rendir culto a Dios y darle gracias por su presencia divina en el mundo. El sacerdote es también un mediador, aquel que está ante Dios e intercede por el pueblo. Esto quiere decir que el sacerdote está ante Dios para pedir perdón, para implorar la paz y la gracia. Y es ésta la verdadera y propia función del seglar que participa en el misterio de la salvación de Cristo.
El profeta es aquel que vive dos realidades al mismo tiempo. De una parte, profundamente inmerso en la voluntad de Dios y la conoce desde dentro. Y sólo entonces el profeta es un instrumento que transmite la voluntad divina a los otros, de manera que se entienda y se siga. De otra parte, un profeta está también profundamente inmerso en las corrientes de la sociedad actual, para conocer y entender las luchas y los trabajos del pueblo, en medio del cual es llamado a servir. El profeta asume, pues, el desafío de vivir de manera enérgica esta doble realidad, para participar así en la acción evangelizadora de la Iglesia.
La identificación del seglar "rey" indica también el deseo de parte de Dios de compartir la esencia de la naturaleza divina con los hombres, creados a su imagen y semejanza. Aunque si la realeza de Jesús no es demasiado evidente en el Nuevo Testamento, una de las imágenes más significativas de Cristo en la devoción cristiana es su representación como Rey: Rey del cielo y de la tierra, Rey de la creación y Rey de la historia. En parte, este título real pone de relieve la autoridad divina otorgada a Cristo, la misma autoridad que Él transmite a sus seguidores para hacerles capaces de testificar su servicio en el mundo.
Una vez más, los seglares son animados a ejercer esta autoridad en la esfera secular para transformar el mundo a través de su testimonio.
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